Nos han dicho que para que el espacio público contemporáneo constituyera un espacio democrático, los arquitectos tendríamos que promover, con o sin nuestros proyectos, la configuración de lugares (relaciones) que pudieran ser pactados con, y establecidos a futuro por los usuarios (ciudadanos). En la medida en que ellos establecieran y reconstituyeran su medio, tuvieran voz y voto, podríamos hablar de espacios o culturas democráticas. Las arquitecturas surgidas de esto, se aproximarían a las formas de la vida, probables, imperfectas, reiterativas y anti-abstractas-. Pero, problema: un espacio público por pactado y democrático que sea es un escenario de los ciudadanos que somos pero no de los seres exuberantes que constituimos. Además los usuarios somos diversos (pájaro, campesino, indígena, indigente, máquina, vehículo, roca, árbol, cable, tubo, onda, señal, tanque, vendedor, ciudadano). La exuberancia humana y de la vida, ¿pueden la arquitectura y el espacio público hacer algo con ella, aspirar a ella?
miguel mesa.
miércoles, 29 de abril de 2009
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